Comentario
Precisamente, el papel que desempeña la ciudad en la articulación económica de Hispania en el período altoimperial puede observarse en su dimensión demográfica. La evaluación de la población hispana durante este período presenta enormes dificultades, derivadas de la pérdida de las correspondientes bases censales elaboradas periódicamente por la administración imperial. Tan sólo en casos concretos, Plinio el Viejo nos ha transmitido algunos datos referidos a las poblaciones del Noroeste, que debemos considerar, debido a sus fuentes de información, como correspondientes al principado de Augusto. De esta forma, conocemos que la población libre del Conventus Asturum alcanzaba los 240.000 hombres; la del Conventus Lucensis 166.000; y la del Conventus Bracaraugustanus, 285.000.
Aunque estos datos constituyen un punto de referencia, la posibilidad de proyectarlos al resto de Hispania se ve limitada por las peculiaridades del poblamiento del Noroeste. Otros procedimientos utilizados para realizar aproximaciones al volumen demográfico de las provincias hispanas durante el Alto Imperio están constituidos por la importancia de las necrópolis y especialmente por la extensión del área urbana, estimando que se puede aceptar la relación de 300 habitantes por Ha. que se aprecia en zonas del Imperio intensamente urbanizadas.
Los resultados obtenidos con tales procedimientos se caracterizan por la amplia oscilación en el cómputo global de la población, que va desde los tres millones y medio a los trece millones que alcanzaría la proyección de ciertas estimaciones realizadas para la Meseta; un volumen demográfico tan alto es difícilmente aceptable, ya que implica suponer que Hispania se encontraba durante los dos primeros siglos de nuestra era tan poblada como a principios del siglo XIX; de ahí, que normalmente se estime que la población global pudo oscilar entre tres millones y medio, propuestos por A. Balil, y los cinco millones que defendiera K. J. Beloch.
Pese a las imprecisiones, resultan de gran interés la extensión de las superficies de las ciudades hispanas y su posible proyección en número de habitantes, ya que nos pueden aproximar gráficamente a la definición del fenómeno urbano en la Hispania altoimperial mediante la correspondiente valoración de la relación entre la población urbana y la población rural.
Poseemos datos sobre un número importante de centros urbanos hispanos; en la Betica, el perímetro urbano de Carmo (Carmona) tiene 49 Ha., el de Italica 30, Corduba 40; en la provincia Tarraconense la capital Tarraco contaba con 40 Ha., Caesaraugusta con 30, Uxama 30, Pompaelo 50, Termes 20, Barcino 12 y Lucus Augusti entre 10 y 9 Ha., en la Ulterior Lusitania, el área delimitada para la fundación de Emerita constaba de 26-28 Ha., que se desarrolla con posterioridad hasta alcanzar las 84 Ha., en los últimos siglos del Imperio, mientras que el municipio de Capera (Ventas de Cáparra, en los alrededores de Plasencia) tenía 17 Ha.
La mera contemplación de estos datos ofrece resultados paradójicos, presentes, por ejemplo, en el hecho de que la extensión de Pompaelo supere la de la capital provincial, y subraya las dificultades existentes a la hora de delimitar el área romana dentro de los cascos históricos de las ciudades de la Península Ibérica. La proyección demográfica de tales datos con la ratio anotada adolece de conclusiones parecidas, que se deben además a las dificultades de delimitación dentro del perímetro murario del área habitada y de la ocupada por los monumentos de índole administrativa o religiosa.
Con estas salvedades, los 18.000 habitantes que se le adscriben a Tarraco, los 25.000 a Emerita en su período de mayor auge, los algo más de 20.000 de Corduba, los 9.000 de Italica, 3.000 de Conimbriga o 18.000 de Caesaraugusta, son ilustrativos de las dimensiones de las ciudades urbanas y de la desproporción de la población que las habita en relación con la del mundo rural.
Semejante desequilibrio perdura durante el Alto Imperio y en líneas generales se acentúa en la Tardía Antigüedad; no obstante, durante los siglos I y II d.C. se observa la existencia de un movimiento migratorio hacia determinados centros urbanos, que se documenta epigráficamente de forma especial en las capitales de las provincias, lo que se explica en el contexto de las carreras políticas de las elites locales, cuya continuidad exige el desplazamiento a los centros urbanos administrativamente superiores. También, la acentuación del proceso de municipalización estimuló el mismo proceso emigratorio; su proyección se ha querido ver en la disminución de los centros que Ptolomeo recoge en el siglo II d.C. en comparación con los datos que Plinio el Joven nos ofrece sobre centros urbanos y pueblos, procedentes de comienzos del Principado.
Las ciudades hispanas no sólo se alimentan de población emigrada de dentro de la Península Ibérica; la documentación epigráfica también constata la presencia en múltiples ciudades hispanas de individuos procedentes de distintas zonas del Imperio de condición esclava, libre y ciudadana; la emigración de estos últimos viene estimulada por las necesidades de la administración imperial, pero también por las posibilidades económicas de rápido enriquecimiento que ofrece la explotación de los recursos naturales hispanos, que ya habían atraído desde los inicios de la conquista a importantes contingentes de población itálica.
Concretamente, en Tarraco se constata la presencia de diversos individuos procedentes de ciudades africanas, que logran alcanzar determinado reconocimiento social; la existencia de comerciantes sirios y asiáticos se documenta en Malaca, mientras que en Barcino y en Tarraco se documenta la presencia de emigrantes de la Galia y de Britania vinculados al comercio o a las legiones romanas. También la emigración desde Centroeuropa se proyecta hacia las provincias hispanas, como recientemente se ha constatado en el nuevo diploma militar descubierto en una villa del municipio cesariano de Obulco (Porcuna), correspondiente a un veterano de la escuadra de Rávena originario de Panonia Inferior, que emigra desde su lugar de origen a la Betica. En este proceso emigratorio, el mayor porcentaje corresponde a Italia debido a la especial intensidad de las relaciones políticas y económicas. De cualquier forma, la importancia que adquiere esta emigración externa en la conformación demográfica de las ciudades hispanas debe considerarse como irrelevante y su interés se cifra fundamentalmente en su carácter indicativo de las relaciones económicas o de la articulación administrativa.